La era del feudalismo

Según el historiador Robert Fossier “Europa nació en los siglos posteriores al año mil”. Igual que la mitología norteamericana está poblada de historias del “Far West”, los europeos tenemos nuestro propio imaginario lleno de castillos, nobles caballeros, doncellas, catedrales, reyes y fieles vasallos. Pero más allá de la literatura y el mito lo cierto es que en esa época se forjaron los cimientos de lo que la sociedad europea fue por más de 600 años.

El siglo XI es el del nacimiento de la Sociedad Feudal en Europa. Para muchos historiadores este hecho supuso una auténtica revolución: la muerte de un modelo de sociedad y el nacimiento de otro.

Lo que perece es la antigua sociedad esclavista que, lejos de extinguirse con la caída del Imperio Romano, pervive durante el Imperio Carolingio y llega hasta casi el siglo XI. Con su declive toman protagonismo masas de nuevos campesinos libres que, rotas sus antiguas cadenas gracias al debilitamiento de las estructuras estatales, impulsaron el desarrollo agrícola roturando nuevas tierras  y adoptando innovadoras técnicas de cultivo. Pero tras este breve periodo de libertad y dinamismo se imponen otra vez los poderosos blandiendo sus espadas. Así comienza la era de los Señores Feudales.

“Veis como se descarga sobre vosotros la cólera del Señor... Sólo hay ciudades despobladas, monasterios incendiados o en ruinas, campos abandonados... Por doquier el poderoso oprime al débil y los hombres son semejantes a los peces del mar que indistintamente los unos se devoran a los otros” (un obispo de la provincia de Reims en 909, citado por MARC BLOCH en su libro La Societé Feudal)



Huestes de caballeros armados aterrorizan y saquean las campiñas de toda Europa. Ya no hay una autoridad pública que imponga la ley y el orden y a quien apelar para frenar los abusos. Es la ley del más fuerte. Los campesinos, otrora esclavos y después libres por algún tiempo, son sometidos de nuevo, esta vez como siervos. La aristocracia guerrera ostentará el monopolio de la propiedad agraria y la hegemonía social a partir de ahora.

A diferencia de los esclavos los siervos tienen algunos derechos. Los siervos no pueden ser vendidos como ganado y además su señor les concede el usufructo de un terruño para el sustento de su familia. Pero no viven mucho mejor que los esclavos de antaño. Están totalmente a merced de la autoridad y el capricho de su Señor. La única ley es la ley del Señor (el “ban” señorial), al cual deben los labradores dedicar parte de su tiempo y entregar una porción del fruto de su trabajo. Esta relación de dominio y explotación entre aristócratas guerreros y sus siervos campesinos se conoce como "servidumbre".

Para legitimar el nuevo orden social la Iglesia proveyó la “ideología de los tres órdenes”: Todos los bautizados forman parte del mismo Pueblo de Dios, pero la Providencia asigna a cada uno desde la cuna un lugar inamovible en la sociedad. Están los que rezan (“oratores”), que interceden por la humanidad ante el Altísimo y velan por la salvación de las almas. Luego están los que mandan y luchan (“belatores”), responsables del gobierno y la justicia terrenal. Y en lo más bajo está la mayoría, los que trabajan (“laboratores”), campesinos y artesanos, sometidos a la autoridad de los anteriores y cuya misión es asegurar el sustento material de todos.

Las principales víctimas son los campesinos, pero también los aristócratas viven con ansiedad en medio de la violencia y la incertidumbre. Nadie se fía de nadie. Los castillos proliferan. Un sin fin de guerras privadas sacuden la sociedad. La Iglesia intenta interceder e instituye los "Concilios de Paz" y las "Treguas de Dios" con mayor o menor fortuna. La institución del Vasallaje viene a poner algo de orden en este caos.

El vasallaje se fundamenta en pactos privados, de hombre a hombre, sin la intervención de ninguna jurisdicción pública. No hay más garantía que el compromiso solemne y la coacción. Un contrato de vasallaje vincula a dos partes:
  • el vasallo (llamado vassalus, miles, pero más frecuentemente homo o fidelis, Mann en los textos germánicos)
  • el señor (al principio llamado dominus y cada vez más senior, Sire o Herr)

La relación es jerárquica: el vasallo se pone al servicio de su señor, al cual se somete y jura fidelidad y obediencia, a cambio de protección y sustento. El contrato se sella en una ceremonia llamada homenaje (de la palabra latina hominum, transformada por influjo francés en hommagium, Mannschaft para los germanos).

En el Homenaje típico, el vasallo, de rodillas y sin armas, se reconoce “hombre” (o sea, vasallo) del otro (su señor) y coloca sus manos unidas entre las de este último (immixtio manum). Entonces el señor levanta a su nuevo vasallo y lo besa en los labios para sellar el acuerdo (osculum pacis).

Finalmente el vasallo presta juramento con la mano sobre os evangelios o sobre una reliquia: es el juramento de fidelidad o Fe (fides, en alemán Treure y más antiguamente Hulde).

El homenaje está ligado a la Investidura: el vasallo recibe un objeto (un bastón de mando, por ejemplo) como símbolo de la percepción de un “beneficio” (beneficium). Este “benefício” (o feudo, foedum, feudum, Fief, Lehenn en alemán) es la contrapartida, además de la protección, que recibe el vasallo de su señor por servirle. Puede consistir en tierras (feudo propiamente dicho) pero en ocasiones se trataba de un salario ("feudo de bolsa" o "feudo salario"). La percepción del Feudo estaba destinada a la manutención del vasallo y al uso de sus recursos para prestar al señor los servicios debidos.

Por fin, dicho contrato de vasallaje se plasmaba por escrito en un acta llamada “convenientia”.

"Qué cosa es feudo, et onde tomó este nombre. Et quantas maneras son de él.
Feudo es bienfecho que da el señor al algún home porque se torna su vasallo, et le face homenatge de serle leal: et tomó este nombre de fe que debe siempre guardar el vasallo al señor." (Alfonso X el Sabio, Partidas. P. IV, t. 26, b. 1. Recoge M.A. LADERO, "Historia universal de la Edad Media", Barcelona, 1987, pp. 445-446).

No era infrecuente que los caballeros fuesen vasallos de dos o varios señores, aunque ello se alejaba del ideal de la institución. Para remediarlo en parte se instituyó el "vasallaje lígio”, también llamado "sólido", que no era otra cosa que un vínculo vasallático que se suponía superior a todos los otros: el señor “ligio” siempre estaba por encima del resto en caso de conflicto de intereses. En el juego MIL (1049), como simplificación necesaria, cada caballero sólo puede ser vasallo de un único señor.

A pesar de la convulsión inicial, los siglos posteriores al año MIL son los siglos del crecimiento demográfico y del renacimiento de las ciudades y el comercio. Las catedrales románicas son buena prueba del dinamismo de esa sociedad. El poder de los reyes y príncipes se restaurará y se consolidará poco a poco, aunque las instituciones, ritos y mentalidades nacidos del feudalismo se conservarán en las futuras "monarquías autoritarias europeas", muchas de ellas gérmenes de los actuales estados. Al abrigo de estos hechos algunos comerciantes, artesanos y banqueros prosperan y se enriquecen. Con el tiempo esta nueva “clase” (la burguesía) comenzará a cuestionar la sociedad de los tres órdenes y a reclamar más poder y dignidad. Pero para ello tendremos que esperar el advenimiento de las revoluciones liberales, varios siglos más tarde que los hechos reflejados en este juego.

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